Nosotros, aprovechando la oscilante temperatura de 40 grados todo el año, viajamos a Tumbes, Perú, minúsculo departamento al extremo norte peruano (frontera con Ecuador) para inicia el recorrido de 1,200 kilómetros cruzando 5 regiones colindantes al mar.
A la seis de la mañana bajamos del bus que luego de 25 horas desde Lima, el sol brilla dantescamente, y los tumbesinos, apelativo de los habitantes de esta región, circulan como hormigas apenas brilla el Astro a rabiar.
Por eso, premisa número uno: bronceador o bloqueador número 65 y desde que caminas por la ciudad, mañana, tarde, y noche. Rayos ultra violeta súbitamente te penetran en cualquier rincón de la ciudad. Pareces un pedazo de carne en brasa ardiente.
Luego de acomodarnos nuestras mochilas, y hojear nuestro mapa de ruta para llegar a Zorritos y Puerto Pizarro, nuestras primeras caletas, ubicamos cerca del Mercado Central, las combis (transporte urbano popular), que parten raudamente repleta de pasajeros a cada momento.
Si te ven con cara de turista, con mochila, y claro con la billetera con algo más de monedas, ya no son 2 soles, sino 10 soles, mejor dicho, 4 dólares. Por eso, oído a la música, la tarifa bordea desde 6 hasta 10 soles, es decir solo 3 dólares como máximo. Y punto.
Estos coches recorren los principales poblados, todos ellos ubicados a orillas del Pacífico, por ejemplo, con cuatro, y ocho soles (3 dólares) llegas hasta Puerto Pizarro, Punta Sal, y entre el límite de Tumbes y Piura, a menos de 45 minutos, a Máncora y Los Organos, el paraíso de los surf en el norte peruano, para muchos las playas más lindas del Perú, tanto por su belleza exótica, el comercio, los tablistas de todo el mundo, y su gastronomía a base de pescados y mariscos.
En Puerto Pizarro, por ejemplo, se aprecian los manglares. Es uno de los ecosistemas más hermosos del país contradictoriamente altiplánico. Los manglares se llaman así por tratarse de zonas inundadas o pantanosas donde florece bosques, y existe una gran cantidad de flora y fauna silvestre. Lo que pasa es que el río Tumbes y el mar van paralelamente, y se forma una gran extensión de bosques. Aquí, en el litoral, se ven islas, una de ellas llamada “Amor”, la de “Huesos de ballena” o la de los “Pájaros”, lugares para la excursión, y una agradable estadía.
Playas como Zorritos, Acapulco, Playa Hermosa, Puerto Loco, y Puerto Mero, todas estas ubicadas un tras la otra, son las caletas más populares de la zona norteña, a más de 1,200 kilómetros de Lima la capital, y a menos de 30 minutos vía auto de la frontera con Ecuador, cuya experiencia inolvidable son los potajes basado en pescados de las más diversos sabores. Las llamadas “cevicherias” son la vedette de la excursión. El “mero”, el pescado de la zona, hacen y deshacen la culinaria, igualmente los langostinos, langostas y los calamares, además de una serie de platos con choclo, papa, camote, y condimentos fuertes, muy sazonados con jugo de limón al natural, es decir, este pescado se come crudo, o en todo caso, frito, recién extraído del mar.
En Punta Sal. A una hora de Tumbes vía combi llegamos a Punta Sal. La entrada es una arco y al caminar unos minutos encuentras este pequeño poblado de casitas muy rústicas, y frente al mar azul, arena blanca fina, y bañistas que disfrutan en soledad de los benditos milagros de la naturaleza. Aquí no hay cuadras, ni se asemeja a los balnearios del sur de Lima, ni el Caribe, más bien a playas europeas, arquitectónicamente hablando. Las casas de la zona se ubican en la arena, con una geografía muy accidentada, y frente al mar muy tranquilo, y sobre todo tibio, limpio, espléndidamente hermoso. Azul e infinito, azul y maravilloso, azul e inmenso.
Paralelamente, desde Tumbes a Punta Sal hay una hora y pico, pero existe unos kilómetros antes del balneario un hotel resort, esos que el Caribe envidia, y el peruano común y corriente sueña: Punta Sal Club Hotel, kilómetro 1192. Para envidia de muchos, y de nosotros mismos sobre todo, nos invitaron a quedarnos en este “paraíso” y comprobamos en vivo la organización de esta colosal obra, entre rústica, y moderna, como construido al gusto del más exigente turista, y a pocos metros del mar, de ese océano limpio, cristalino, de ese astro rey radical. La administradora Rocío Jimenez sobre la historia de este hotel y nos dijo que tiene 15 años de funcionamiento.
“Al comienzo le dijeron al Sr. Helguero, el dueño del resort, que estaba loco porque construyo un hotel en un lugar inhóspito, más él tenía negocios en Lima, pero siempre tuvo la idea de hacer un resort y fue haciendo un campamento en todas las zonas de playa con su familia, buscando la mejor zona para poder comprar el terreno y construir el hotel. Al comienzo no había luz era por motor el agua llegaba en cisternas”
Y sigue: En cuanto a nuestros clientes el 60 % viene de Lima y el otro 40 viene del extranjero. Los meses de vacaciones son los mejores para nosotros, en enero a abril, y desde mediados de julio a diciembre. Tenemos, en otras palabras, gran parte del año con bastante actividad.
Agrega que aparte de las buenas playas y la buena comida, tenemos todo lo que son actividades náuticas como el sky, pesca, y las actividades marítimas en Altamar”, concluye.
En busca de Hemingway: Cabo Blanco. Aquella noche Ernest Hemingway no nos dejó dormir. “El viejo y el mar”, uno de los libros más populares del mundo escrito por este norteamericano auto exiliado de la “generación pérdida”, fue escrito inspirado en esta caleta del norte peruano llamada Cabo Blanco lugar donde el escritor pasaba largas jornadas en las ocasionales visitas para practicar la pesca de altura en uno de los mares más ricos en placton.
Partimos desde Punta Sal a Cabo Blanco. Primero a Máncora, luego a Los Organos, y desde allí a “El Alto”, una mañana en extremo calurosa, y en combi en combi llegamos al punto más cercano. Dos horas y media, y sube y baja, y el sol nos quema como una carne en una parrilla ardiente.
“El Alto”, es un poblado de unos tres mil habitantes, y casi todos dedicados al petróleo y todo lo necesario para la investigación, exploración, y demás parafernalia. Muy cerca está Talara. Es un desierto, en otras palabras, esas escenas muy parecidas que nos proyecta el cine gringo en sus historias en el Viejo Oeste.
Las combis no existen, más bien son unas camionetas que llevan y traen a los pescadores por un sol (medio dólar). Una pendiente, docenas de pozos petroleros sin actividad, y esas palas mecánicas que suben y bajan bautizadas como “pisa tierra”. En menos de diez minutos, Cabo Blanco no era como lo imaginábamos: una balneario de primera, y mucha gente veraneando en uno de las playas más populares del mundo, mejor dicho, en uno de las zonas más importantes para los que alguna vez Hemingway fue parte de nuestra vida diaria.
En realidad, parece un poblado petrificado en el tiempo, una factoría de tres cuadras, una comisaria, una posta médica, el histórico hotel “Merlín” donde el gringo se hospedaba y el gran muelle repleto de hombres de mar, y en Altamar, bolicheras, y grandes embarcaciones, y uno que otro yate, y veleros practicando la pesca de altura. Dicen que el “merlín” y el pez espada a atraen a millonarios del mundo entero e incluso llegan en sus propias embarcaciones.
¿Dónde está Hemingway?. Ni rastros. En la playas, algunas embarcaciones viejas que duermen como si no ocurriera nada, y algunos metros, muy cerca del muelle, una fila de camionetas frigoríficas. Entramos al muelle, y nos fuimos hasta el final donde cerca de dos docenas de pescadores, van y vienen, y algunos niños pescan pececillos como si jugaran a las escondidas.
Cabo Blanco es una caleta y poblado sólo de pescadores, y un cementerio de la bonanza inglesa del crudo cuando escaseó el oro negro, todos huyeron dejando este poblado universal en el más completo abandono. Todo historia de auge, termina así.
Nosotros, al fin y al cabo, terminamos sentados en la puerta de la comisaria esperando la camioneta directamente a la civilización, pero igual nos dimos el gusto de conocer esta caleta, pero lamentablemente no pudimos encontrarnos con el autor de “Por quién doblan las campanas”, “Fiesta”, “El viejo y el mar”, y tantos otros artículos y crónicas de guerra de este extraordinario escritor.
El regreso, indiscutiblemente, se hizo más rápido. El sol sigue achicharrando nuestras almas.
¡Por favor, más bronceador!.
Máncora, es la ciudad del surf en el Perú. Para todos los que sueña correr olas, para los que quieren aprender, y para los que saben este oficio, esta poblado de unas 6 mil personas, que vive de sus playas, es el lugar ideal para pasar unos días sensacionales.
Máncora es una ciudad que corta la carretera. Es decir, como si se cortara una manzana en dos, la Panamericana norte hace lo mismo en este paraíso de las olas, a más de 1 000 kilómetros de Lima. Por un lado, el mar, y algunos hoteles, y por el otro, restaurantes, hospedajes, tiendas, y casas de material noble.
Como era de esperarse los surfers de todas las edades, y de todas las nacionalidades se hallaban practicando el deporte de la tabla y las olas. Juan, con la barba crecida, y unas lentes a la moda, de esos que uno parece un zancudo, nos cuenta que vive desde hace tres años en Máncora.
“Un buen día vine a correr tabla, y nunca más volví a Lima. Soy escultor de carrera, y tengo un taller en Lima, pero ya lo cerré. Ahora he comprado dos hectáreas de tierra en la orilla a la altura de Cancas, muy cerca de Punta Sal. Voy a hacer campamentos, y en el futuro, construiré un hotel”, agrega Juan.
En Máncora, fuera del boom del turismo, se vive de la pesca. Encuentras especies como el atún o el pez espada, la sierra, pota o el merlín.
Los hostales varían entre 20 y 150 dólares, tanto cómodos, como rústicos, frente al mar o más lejos de la orilla. Los hay baratos y muy caros. Los exclusivos están ubicados cerca al mar. Por ejemplo, Las arenas de Máncora, Máncora Beach y Sol y Mar, todos ellos equipados para toda la familia y con platillos a base de pescados y mariscos.
Del mismo modo, el famoso “pescado a la barca”, “cangrejo reventado”, “parihuela tipo espada” o “langostas a lo macho” son los potajes de este acogedor poblado que se saborean todo el día.
Finalmente, enrumbamos (ahora en moto taxi) a una de las novísimas playas de la zona llamada “Las pocitas”, muy de moda por sus aguas cristalinas y calientes, y la arena fina y blanca que no tiene nada que envidiar a los playas del mundo. Una noche vale 30 dólares por persona (tarifa que se repite en todos los hoteles), y algunas palmeras, y una tranquilidad de novela: sol, mar, playa, bikinis, y todo lo deseado, y todo lo menos imaginado.
Hora de almuerzo: ceviche de mero, y langostas a lo macho.
Huanchaco milenario. Luego algunos días en Piura, y Chiclayo, llegamos a nuestro último destino: Huanchaco, otro de la zonas surf en el Perú, de playas de olas gigantescas, de albas y sunsent fuera de este mundo, de restaurantes de exquisita culinaria marina, tierra además de Dean Saavedra, el sumo pontifice religioso del distrito, y claro del principe Takaynamo. monarca Mochica, contemporánea con el famoso Señor de Sipán en Lambayeque.
Desde muy temprano, el astro rey despierta a los bañistas, y aunque la playa está cercada por piedras, hay lugares donde los bañistas han hecho suyo este espacio para curtir del mar sobre todo los fines de semana donde básicamente Trujillo la hace suya, la posee, y a veces también la depredan.
“Y como hay buen sol y buen clima creo que Huanchaco está destinado a ser el balneario más interesante de la costa del Perú. Cuenta con buenos servicios básicos, infraestructura hotelera, y buenos restaurantes. Creo que es momento que el turismo de playas en el Perú no se centre únicamente en el sur. Calentaría la economía un turismo mas fluido hacia el norte”, sostiene Walter, un surf local.
Entre los atractivos de Huanchaco, centro de la cultura Mochica, es la historia. De Huanchaco te puedes ir caminando hacia Chan Chan, giras y caminas hacia la Huaca del Sol, y si das otra vuelta puedes ir a la Huaca de la Luna. Y si tuviéramos listo un camino de trocha iríamos de aquí al Brujo, Puerto Chicama, y tantos otros lugares más. Entonces Huanchaco es el centro de un circulo mágico de huacas y ruinas arqueológicas. Ya sabe usted, pues, el Perú y sus playas más alucinantes del mundo, ¿ya se atrevió a conocerlas?.
Quedará fascinado.