El día que vi frente a frente a los “Kiss”, no lo olvidaré jamás. Lo tengo bajo siete llaves en algún recóndito lugar de mi memoria. Gracias a estas “caras pintadas” conocí el rock and roll. Esto sucedió hace 25 años en Belo Horizonte, Brasil. Era un púber radical, y en vivo y en directo disfrute de este gran concierto en el Estadio Minerao, del Estado de Minas Geraias, en donde gocé a plenitud mi primer concierto de rock a los 12 años, en una jornada musical inolvidable.
Era la banda de rock más espectacular del mundo que retumbaba en mis oídos, y más que su música fue su apariencia teatral, casi gótica, estrafalaria y del otro mundo, que me hizo su fan a carta cabal. Son un grupo de la polémica, del ruido, controvertida, y sin chistes.
Cuenta con todos los elementos que hacen de una banda una leyenda. La performance de Gene Simmons; Paul Stanley; Peter Criss y Ace Frehley, motivaron que más de uno quede totalmente fuera de sí. No me fue fácil conseguir el dinero para ir al show, mucho menos pasearme por Belo Horizonte, una ciudad muy parecida a Lima, capital de Minas Gerais, en el hermosa Brasil, sin embargo, no sé que me pasó, y salió a relucir mi más grande terquedad, esa la del fans compulsivo, esa del roquero cuya ley es ir a los conciertos cueste lo que cueste. Claro, que a los doce años uno no es muy independiente que digamos, pero igual me salí con mi gusto y me compré mi boleto y me fui solo a tremendo estadio. Era el Minerao. Veía miles de personas disfrazadas como la banda y miles que pugnaban por entrar.
Entré en lo que se denominaba “arquibancada”, que traducido a nuestro idioma, se podría decir que me ubiqué en Oriente en el Nacional. Pero quería estar más cerca, y para serles franco, estaba lejos.
Una explosión, un destello, luces multicolores. La nota se puso cálida y la fiesta empezó. Estaba alborotado, aplaudía, y coreaba temas como I was made for lovin' you, 2,000 Man, Sure Know Something, Dirty Livin'Charisma, Magic Touch, Hard Times, X-Ray Eyes, Save Your Love, los cantaba a todo pulmón puesto que gracias a mi vinilo de colección me aprendí de memoria en mi primaveral adolescencia en una Lima de Asamblea Constituyente. Ese disco era “Dinasty”. Una locura total. Impresionante, pero el gramado era la voz, y el “demonio” Simmons botaba bolas gigantescas de fuego y empuñaba su instrumento musical semejante a una hacha a mil por hora, además sacaba su lengua, en punta, mirando a todos.
La escenográfa, un tanque de guerra, de color plateado, se movía de un lado a otro. Era giratorio en realidad. De un momento a otro, debajo de mí, algunos fans comenzaron a saltar al césped, luego de subirse al borde de las mallas metálicas. Y había además un cerco de púas, y luego de pasarlo, saltaban. Era peligroso, y muy arriesgado. La policía ya se había dado cuenta y venía justamente a impedir el paso. Ahora o nunca. Mi subconsciente me decía ¡salta!, ¡salta, carajo! Yo me moría de miedo, pero al final lo hice. Me fui hasta la grada, respiré hondo, salté sobre el alambre y de allí ¡zas!, para abajo, en caída libre. La oscuridad era mi mejor aliada y comencé a correr y correr donde estaba la masa, muy cerca del escenario giratorio. Entré al tumulto, al gran circulo humano y me fui desplazando, poco a poco, lentamente, entre los espectadores hasta que llegué, casi a primera fila y vi a los Kiss y esta allí, con el “ángel”, con el “demonio” con el “gato” y el “fantasma”, cara a cara y sin temores. Frente a frente, con ese gran espectáculo de bombazos, fuego, lujuria radical, estaba allí, pues, viéndolos en vivo y en directo, en un impecable recital. Fuegos artificiales, multitud, ruido, griterío y esa emoción de ver a este cuarteto en su mejor momento, el 10 de junio de 1983, en una noche que nunca olvidaré y que hoy recuerdo como si hubiera sido ayer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario