En los últimos años me he convertido en una especie de coleccionista de los Hard Rock Café (HRC), ese templo del rock mundial y de comida chatarra, fundada en 1971 por los gringos Isaac Tigrett y Peter Morton. Bogotá, Río, New York, Buenos Aires y Ciudad de México he visitado como si fuese un niño rumbo al zoológico, al circo o su lugar preferido.
Algo de fetiche, hay sin duda alguna en estas incursiones placenteras, pero también hay mucho de curiosidad en conocer la historia de este género musical que ha trasformando al mundo en la ultimas décadas. Y también hay revancha: nunca fui al HRC en Lima (Larcomar).
En estos recintos yacen los trofeos de los grandes stars del Planeta y se rinde culto a los inmortales momentos del rock. Adquieren diversos formatos, variadas cartas de licores y piqueos, shows en vivo y mucha adrenalina. En sus interiores, gracias a las guitarras de grupos famosos, cuadros de artistas, afiches de conciertos y fotografías en blanco y negro y a color, en cada esquina, en cada pasadizo, decoran el locales, y es sin duda alguna, una percepción trascendental, un momento único ante la avasalladora colección musical.
En cada ciudad tengo una historia distinta. Desde Bogotá hasta el DF., la aventura es excitante. Llegar a estos locales es una experiencia inolvidable y aunque debo confesar todos me gustaron todos, tengo mi propio ranking. Elvis en Nueva York en un gran afiche, las estatuas de Los Beatles y los manuscritos de Lennon también en Nueva York, la alegría del HRC de Río de Janeiro y el gigantesco espacio de este museo fuera de serie, lo gótico de la casona del HRC en el DF es alucinante. Creo que el HRC que más me deslumbró en su arquitectura es en la Ciudad de México y esos vitrales decorados son únicos. En Buenos Aires, es muy comercial, todos los son en verdad (souvenirs, poleras, y peluches) pero este es particular. Y al de Bogotá le guardo mucho cariño pues fue mi primera vez…
Mario Vallejo
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